Cinocéfalos

Los cinocéfalos (griego: κῠνοκέφᾰλοι; los de cabeza de perro) son los miembros de una raza ficticia descrita por antiguos historiadores. Tal y como indica su nombre, se caracterizaban por tener cabeza de perro. Este término también se usa en zoología para referirse a una especie de babuinos.

Ctesias es el principal autor que habló de ellos en su obra Índica, con la que concuerda el resto de autores salvo Heródoto, que en su libro 4 de Historias sitúa a los cinocéfalos en Libia en lugar de en la India. Hesíodo los llamaba semiperros en su Eeas, y vivían cerca de los masagetas y los hiperbóreos:
«Semiperros: pueblo no lejos de los masagetas e hiperbóreos. Simias, en Apolo: Y conocí una raza muy fuerte de hombres semiperros, a los que por encima de sus hombros flexibles les crecía una cabeza de perro, desnuda, con unas quijadas fortísimas. El sonido de su voz es como un ladrido de perros, y en modo alguno desconocen estos la lustrosa voz de los demás hombres».
Fragmento de Eeas, Hesíodo.
Megástenes también habló de ellos en su propia Índica, y sus textos fueron recogidos en la Historia Natural de Plinio el Viejo:
«Megástenes asegura que en un monte que se llama Nulo hay unos hombres con las plantas de los pies vueltas, que tienen ocho dedos en cada pie; y que en muchas montañas una raza de hombres con cabeza de perro se cubre con pieles de fieras, emite un ladrido en lugar de voz, está armada de uñas y se alimenta de las fieras y aves que caza; cuando él lo escribía había más de ciento veinte mil de éstos».
Historia Natural, libro VII, Plinio el Viejo.
Claudio Eliano nos ofrece más información sobre estos humanoides en De los animales:
«En la misma región de la India en la que se crían los escarabajos, críanse también los cinocéfalos, a los que dio su nombre el aspecto y naturaleza de su cuerpo: todas las restantes partes de su cuerpo son como las del hombre y van cubiertas con pieles de animales. Son justos y no hacen daño a ningún hombre; no hablan en absoluto, pero aúllan; entienden, por supuesto, la lengua de los indios. Constituyen su alimento los animales salvajes, a los que capturan con suma facilidad, porque son velocísimos, y, una vez cogidos, los matan y no los cuecen en la lumbre, sino que los cuecen exponiéndolos al calor del sol, después de trocearlos. Crían también cabras y ovejas. Constituyen su alimento las bestias salvajes y beben la leche de los animales que cuidan. Los he catalogado entre los animales irracionales, como es lógico, porque tienen un habla inarticulada e ininteligible, no una lengua humana».
Ilustración de un cinocéfalo en Las crónicas de Núremberg
A parte de todos estos autores, el que más datos aportó fue Ctesias, tal y como se dijo antes, ofreciéndonos una descripción detallada de cómo vivían los cinocéfalos:
«En estas montañas viven hombres que tienen cabeza de perro. Sus ropas están echas con animales salvajes y se comunican no con palabras, sino con aullidos como los perros, y así es como se entienden entre ellos. Tienen dientes más grandes que los de los perros y las garras, aunque similares, son más largas y redondeadas. Viven en las montañas tan lejanas como el río Indo y son negros y muy justos, como el resto de indios con quienes se relacionan. Entienden lo que dicen sus compatriotas, pero no pueden conversar con ellos, pues se comunican con aullidos y haciendo gestos con las manos, tal y como hacen los sordomudos. Los indios los llaman kalystrioi, que en griego significa cinocéfalos (cabeza de perro). Su tribu consta de ciento veinte mil individuos.
Junto al nacimiento del río crece una flor de color carmesí de la que se extrae un tinte púrpura tan bueno como el de los griegos, pero mucho más brillante [...] Comen la dulce fruta del árbol siptachora, del que se saca el ámbar. Secan sus fruta y la colocan en grandes cestas, tal y como hacen los griegos con las pasas. Cada año, los cinocéfalos hacen balsas y las cargan con estas frutas, el tinte púrpura extraído de dicha flor y con doscientos sesenta talentos al año. Esta misma carga, junto a tinte rojo y mil talentos de ámbar, se envía cada año al rey de los indios. Los cinocéfalos reúnen más de esta mercancía y se la vende a los indios a cambio de pan, carne y prendas de algodón. También intercambian la fruta por espadas que usan en sus cacerías, aunque también usan arcos y lanzas, armas con las que son muy hábiles. Ya que viven en montañas lejanas e inaccesibles desconocen por completo la guerra. Cada cinco años, el rey les manda como presente trescientos mil arcos, el mismo número de jabalinas, ciento veinte mil escudos y quinientas mil espadas.
Los cinocéfalos no viven en casas, sino en cuevas [...] Sus mujeres se bañan una vez cada mes, única y exclusivamente cuando les llega el ciclo menstrual. Los hombres no se bañan, pero se lavan las manos, se untan tres veces al mes el cuerpo con el aceite de la leche y usan pieles como trapo para limpiarse. Ni los hombres ni las mujeres usan vestimentas tupidas y lanudas, sino finas tiras de cuero. Los miembros más ricos de la tribu usan ropas de lana, pero son muy pocos y normalmente son los que más ovejas poseen. No duermen en camas, pero se fabrican colchones con paja. Toda esta tribu, hombres y mujeres, tienen una cola bajo las nalgas como la de los perros; pero más larga y peluda. Fornican con sus mujeres a cuatro patas, justo como hacen los perros, y para ellos es indecoroso aparearse de otra manera. Esta tribu disfruta  de la vida más longeva de entre los hombres, pues viven ciento setenta años, llegando a alcanzar algunos los doscientos años».
Fuera de los textos de los antiguos historiadores podemos encontrar a los cinocéfalos como una tribu más salvaje y sanguinaria. En la Iglesia ortodoxa oriental, algunos iconos representan a San Cristóbal con cabeza de perro. Los antecedentes de este santo datan del reinado del emperador Diocleciano, cuando un hombre llamado Reprebus, Rebrebus o Reprobus (el réprobo o canalla) fue capturado en la lucha contra las tribus que habitaban el oeste de Egipto, en Cirenaica. De acuerdo a los hagiógrafos, éste era un coloso con cabeza de perro, características que poseían los marmaritas, y fue obligado a enrolarse en las legiones romanas. La unidad de soldados que apresó al fenómeno y al que éste se incorporó recibió el nombre de Numerus Marmaritarum o «Unidad de los marmaritas». Varios siglos después, el poeta y obispo alemán Walter de Speyer retrató a San Cristóbal como un gigante cinocéfalo en la tierra de los cananeos (los «canes» de Canáan en el Nuevo Testamento), devoradores de carne humana y que ladraban. De Speyer afirma que Cristóbal conoció al Niño Jesús, renegó y se arrepintió de su anterior comportamiento y aceptó el bautismo. Fue recompensado con apariencia completamente humana, tras lo cual dedicó su vida al servicio religioso y se convirtió en uno de los Athleta Christi (Campeón de Cristo), militares santos o mártires cristianos.

Pablo el Diácono los mencionaba en su escrito Historia gentis Langobardorum: «Fingían que tenían cinocéfalos en sus campamentos, hombres con cabeza de perro. Esparcieron el rumor entre sus enemigos de que estos hombres iban a la guerra sin piedad, bebían sangre humana y llegaban a probar su propia sangre para saciarse si no podían alcanzar al enemigo».

En Los viajes de Marco Polo se menciona una tribu de bárbaros con cabeza de perro en la islas Andamán. Aunque cultivaban especias eran crueles, como «grandes perros mastines». Del mismo modo, en Los viajes de Juan de Mandeville, se habla de una gran tierra llamada Bacemerán o Nacamerán, cuyos habitantes tiene cabeza de perro y cuerpo de persona. Estos individuos son inteligentes y de buen entendimiento, adoran a un buey como su dios y portan una imagen de oro de este animal en la frente como símbolo de su devoción. Van todos desnudos salvo por unos trapos con los que cubren sus vergüenzas, y según este texto son altos y fuertes guerreros, que en tiempos de guerra portan una adarga en el cuello para protegerse el cuerpo. Usan una lanza en combate y, si atrapan a algún enemigo, lo devoran. El rey de esta raza era muy rico, poderoso y muy devoto a su dios buey, al que mandaba cuatrocientas rogativas al día usando un collar de perlas como si fuera un rosario antes de comer. Este rey llevaba también alrededor del cuello un rubí de oriente que recibía al llegar al trono.

Cinocéfalos adorando a su dios buey según Los viajes de Juan de Mandeville

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